miércoles, 5 de enero de 2011

La diversidad hace la diferencia

Dialogar es sinónimo de intercambiar opiniones, aceptando las distinciones para construir el mundo desde una gama mayor de posibilidades, porque no existe verdad absoluta que valga para describir la realidad de cada uno.

Siendo que la comunicación es un derecho básico y universal es difícil concebir que sea un juguete más de las empresas que satisfacen su afán de lucro a costa de la humanidad. Aunque cueste aceptarlo y muchos aún lo ignoren, es claro que lo justo sería que el acto de comunicar sea de libre acceso para todos los miembros de la sociedad tanto en la teoría como en la práctica.

Pero para que haya un cambio significante, es imprescindible la colaboración de los ciudadanos, que como lectores, televidentes y oyentes de medios masivos (empresas o monopolios) contribuyen a esta desigualdad.

Y como antes de poder elegir es preciso conocer, hay que aclarar que al contrario del modelo funcionalista, que rige la moral de las empresas de medios (que ve a la comunicación como un negocio y a las personas como meros consumidores pasivos, carentes de razonamiento y por tanto presas fáciles de engañar). Existe otro de carácter participativo y democrático, desde el que los medios comunitarios abordan el papel de comunicador. Involucrándose en causas humanitarias y luchando para empoderar a la comunidad, nutriendo el conocimiento de la misma, sin pretender sustituirlo por otro “mejor”.
Su forma de actuar se debe a que creen, tal como sostiene el Pedagogo Paulo Freire, que: “nuestro papel no es hablar al pueblo sobre nuestra visión del mundo, o intentar imponerla a él, sino dialogar con él sobre su visión y la nuestra”, debido a que en ese lugar de encuentro no hay ni ignorantes ni sabios absolutos, sino seres humanos que en comunicación, buscan saber más.

Por otro lado, según sostiene el semiólogo Jesús Martín-Barbero, el accionar de medios o conglomerados como Grupo Clarín, se maneja dentro de una red de comunicación, donde estos promueven un lenguaje común, su propio discurso, que es impuesto a los consumidores, impidiendo que cada grupo recupere su identidad cultural, que los distingue de los opresores.

Una vez comprendida la idea de diversidad, es posible aceptar a los demás tal cual son, respetándolos sin importar las características que los separen, porque es desde allí que podrá sostenerse una cultura plural y justa, en la que el compromiso e interés por el de al lado, llevada a cabo por la comunicación comunitaria, se convierta en un hábito.

Para contribuir a la creación de un mundo en el que realmente sea posible la diversidad de voces y donde cada una de ellas pueda ser escuchada por igual, es preciso definir una posición y tomar cartas en el asunto. Siendo críticos ante los hechos que nos rodean, analizando cada aspecto de los mismos, para conformar una visión propia y evitando sumirse en el engaño de aquellos gigantes que sin el apoyo de la comunidad no son más que simples e indefensos individuos.

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