lunes, 19 de diciembre de 2011

EDITORIAL: Reconquista

Muchos compases quedaron huérfanos...

La orquesta de músicos improvisados no logró cumplir con la obra,

una incompetencia que con astucia intentaba vestir

lo que el alma miraba con zozobra.

Quisieron amparar en un lecho de rosas

la falaz mentira que sonaba como bombas en la noche.

Las cortinas desgarradas por sus espinas permitían que el humo pasara

sin poder desempatar una injusta partida.

Sabor a bronca, espasmos y ansias de cambios,

también zorros enmascarados y cómplices,

tierra y asfalto para un malambo zodiacal,

ambición terrenal del espíritu que reencarna.

Bombos de lata, aluminio y acero,

y una luna testigo de la brutalidad pensante.

Una maníaca carcajada que nunca agonizó,

que con la cresta encendida se disfrazaba de fiera.

Después el tiempo, después los recuerdos, las palpitaciones

la efervescencia tardía de un viejo remedio bien guardado.

Las calles desbordadas en estaciones inventadas,

un desembarco audaz y estrepitoso pero esperado.

Se infiltran razones a veces inconclusas que hacen pensar,

¿qué nos queda del tiempo que no fue,

del impulso convertido en resistencia que agitó las gargantas,

de las broncas compartidas en miradas encontradas?

domingo, 18 de diciembre de 2011

19-12-2001. Dos relatos de la misma crisis

El presidente De la Rúa decreta el estado de sitio, las fuerzas del orden tienen el poder, ahora explícito, para reprimir a aquellas personas que se congreguen en espacios públicos.

Es el 19 de diciembre en la ciudad de Buenos Aires. Varios factores hacen que esos hilos que nos sostienen como sociedad se fortalezcan y se visibilicen. Es verano y las ventanas abiertas generan una comunicación visual al instante con varios vecinos, como si fuera el 31 a la 12 cuando muchos se asoman después del brindis para ver los fuegos artificiales.

Las palabras de De La Rúa dejan un gusto más que amargo, es bronca, indignación. Los meses previos los porteños habían ensayado una nueva forma de manifestarse: los cacerolazos. Comenzaron entonces, en esa noche del 19 a escucharse los primeros.
Diciembre en el Conurbano siempre es un momento tenso, donde la proximidad de las fiestas y los balances hace brotar emociones y sentimientos, sentires y sensibilidades. En ese final de 2001 el balance iba a demoler cualquier atisbo de optimismo. No se veía una luz al final de ese tobogán.

Las palabras de De La Rúa generaron miedo y mucha incertidumbre en el Conurbano, allí por donde pasa lo más delgado del hilo nacional. La verdadera inseguridad que pone en duda la continuidad de las cosas era el manto que lo cubría todo. Las puertas comenzaron a cerrarse.

Los cacerolazos porteños se escuchan cada vez más fuertes y cercanos. Comienzan a sentirse en las esquinas, tal vez el primer espacio público de las urbes. Allí comienzan a reunirse algunos vecinos, gente que todavía no es pueblo, que como un acto de rebeldía manifiestan su repudio al estado de sitio. Las intersecciones de las calles quedan chicas, generan claustrofobia, por eso se va en busca de las avenidas, donde hay más espacio y corre más aire.


Lo espontáneo colectivo no es casual, es la manifestación de la sociabilidad que perdura aún cuando fue amenazada de muerte por las políticas neoliberales, individualistas: antisociales. Así es como en simultáneo las grandes arterias de la ciudad se van alimentando de cientos, miles de personas que necesitan manifestarse, pero sobre todo encontrarse. El flujo de ese río revoltoso, de agua dulce y también salada tiene su cauce bien marcado y una clara desembocadura: el Congreso de la Nación y la Casa Rosada.

Los años 90 habían generado la desintegración de lo político, la crisis de representatividad y con ese discurso menemista del fin de la historia, pretendía poner fin a los grandes relatos que proponían cambiar el mundo, soñar con utopías. En el Conurbano, con la retirada del Estado, se vivía a merced de las leyes de mercado y las normas de la individualidad exacerbada. Esto dio lugar a la otredad como amenaza: el otro como posible enemigo o como el mercado lo impone, el otro como competencia. En ese estado de las cosas en donde siempre pareciera ser “todo o nada”, siempre se vivía en estado de excepción, como el estadio de sitio.

Un fantasma comenzó a recorrer los barrios del Conurbano desplegando el miedo como dispositivo de salvaguarda del sistema. Ya no había indiferencia para con el que menos tiene, había desconfianza: el que está abajo va por el próximo de más arriba. El sistema entonces puso piloto automático, eran sus víctimas la salvaguarda del statu quo. La clase media-baja ya había cerrado sus puertas, para después armarse y esperar agazapada. Las ordas de hambrientos estaban pronto a llegar. Cual francotiradores se apostaron en las terrazas. En definitiva, todos quedaron encerrados.

Que se vayan todos, que no quede, ni uno solo retumba en las gargantas de jóvenes, viejos, familias y ex solitarios. Los planos detalles alcanzan a registrar las pieles erizadas y lágrimas de euforia. No hay miedo, se avanza con la seguridad del justo. El Congreso, desguarecido de las rejas impenetrables que lo esconde hoy 2011, comienza a ser tomado por la gente. Pero vacío es solo un edificio. La impotencia hace que los cantos y los gritos sean más fuertes. Se decide ir entonces a la Casa de Gobierno. Alguien tiene que atender. Alguien tiene que hacerse cargo y escuchar. Y obedecer al soberano: el pueblo.

Detrás de la crisis

El trueque, las asambleas barriales y los comedores comunitarios que se organizaron a partir del 2002 ocuparon un lugar clave en la sociedad durante los años posteriores.

La crisis social, económica y política que se dio en Argentina hace 10 años, que significó la caída del Gobierno de Fernando De La Rúa, tuvo sus consecuencias poscrisis donde se vieron afectados y encarecidos los derechos básicos como son la alimentación, la educación, el trabajo.

Las secuelas más claras fueron la falta de dinero y la ausencia del Estado. Frente a esto la sociedad fue encontrando diferentes formas de organización para satisfacer estas necesidades. Así surgieron diferentes experiencias organizadas en el interior de los barrios del Conurbano Bonaerense.

Principalmente, se innovó con una economía popular implementada para poder subsistir a la crisis. Apareció el trueque en todos los clubes y sociedades de fomento de los barrios de Moreno. Esta metodología tenía su moneda propia, el crédito. Este sistema facilitó el intercambio de productos, como alimentos, ropa, cosas usadas y también servicios como plomería o albañilería.

Tal como describe Susana Hintze en la investigación “Trueque y economía solidaria”, “la filosofía del trueque se basa en la `reinventación del mercado´, que funciona de manera paralela a la economía normal no persiguiendo, sin embargo, los valores de ella. No se caracteriza por el lucro y la especulación sino quiere establecer un modelo económico más humano a través de los principios de solidaridad, confianza y reciprocidad”.

Así el trueque desprendió una lógica diferente donde precisaba de la organización de los vecinos. De esta manera se empiezan a generar también asambleas barriales con el fin de discutirse objetivos concretos para la comunidad y formas de acción para encontrar respuesta a las necesidades.

Esto no fue casual, sino parte del contexto en que la crisis rompió con las instituciones dependientes del Estado y dio lugar al surgimiento de otras maneras informales. La crisis modificó la económica, la política, la cultura y a la misma sociedad, que creó nuevos vínculos sociales que años posteriores se ven reflejados en organizaciones sociales y culturales, que hoy tienen una clara incidencia social.

Experiencia comunitaria

La organización y la solidaridad barrial fueron la base. Las asambleas y la participación resultaron imprescindibles para que una experiencia barrial fuera posible.

La Chispa entrevistó a Ariel Tapia, uno de los promotores para la creación del Comedor Comunitario Las Cañitas, del barrio Santa Brígida, que es uno de los barrios más humildes, uno de los lugares en donde más se acentuó y sintió la crisis. Claramente, esto repercutía en los chicos, donde la falta de alimentación era la principal necesidad. El barrio era un asentamiento de 20 manzanas que tuvo dos intentos de desalojos, esta resistencia hizo que los vecinos se juntaran, para que al momento de enfrentar la crisis el cambio en el barrio fuera posible.

Su experiencia da cuenta de las formas de subsistencia que se fueron encontrando, “después de los saqueos y la crisis empezamos con un grupo de amigos a organizarnos con ganas de hacer algo, fuimos casa por casa para pedir que colaboren con mercadería o con lo que fuere, los que consiguieron las primeras mercaderías eran escuelas, después algunos locales comerciales del barrio y así empezamos con copa de leche un día, sumamos clases de apoyo, se iban sumando los vecinos”.

Como en todos los barrios el trueque era el sistema elegido para el intercambio, incluso fue lo que permitió sostener el comedor, tal como contó Tapia, se realizaban trabajos en el barrio, como cavar una zanja a cambio de comida. Al ser un comedor comunitario y popular las formas de organización para sostenerlo se iban experimentando, “en principio recorríamos las instituciones, después almacenes y panaderías del barrio, pero eso tenía un límite porque cada vez nos quedaba más chico nuestro comedor, llegamos a tener 170 chicos y no daba abasto con la ayuda de los vecinos. Entonces, con las madres y los padres de los chicos empezamos a hacer rosquitas, empanadas, panes rellenos para vender, y con eso hicimos plata como para comprar recursos, pero siempre insistiendo con el municipio que les correspondía hacer eso, nunca tuvimos respuesta”.

Esta organización barrial se extendió y el vínculo se expandió entre barrios y experiencias similares, “empezamos a trabajar en conjunto con otros comedores y la metodología que nos quedaba era cortar la calle y entrar en instancia de negociación, así conseguimos algunas cosas”, describió Ariel.

El comedor comunitario se sostuvo hasta 2005, la experiencia fue movilizante y referente para experiencias posteriores. El comedor tuvo una función sumamente importante “las propuestas que salen de los vecinos hacen que uno vea que se puede en tanto se organice, todo se decidía en asamblea, ejercíamos democracia directa en la toma de decisiones, decíamos cuales eran las necesidades y como las resolvíamos, y a la hora de poner el cuerpo estábamos todos”.

Tanto estas como otras experiencias similares generaron espacios de participación vecinal y tareas colectivas que promovieron cambios en el barrio, enfrentándose a la crisis desde la realidad más dura y concreta.

En la esquina

Ayer fue un tiempo que mucho no recuerdo, en mi memoria rondan imágenes de lo más cercano a mí, lo que sucedió no mató mi esperanza, no agrandó mi temor, pero algo cambió, cuando ayer todo cayó.

Hace días que un panorama sombrío se posaba sobre nuestro país, se sentía un aire de cambio y muchas cosas que sucedían iban tomando fuerza al pasar los días.

Una historia mal resuelta había generado que un clima social de tensión se convirtiera en el miedo mismo, en realidad un sentimiento diferente se posaba sobre los diferentes sectores sociales, pero aún era algo abstracto para muchos.

Ese día lo recuerdo bien, estaba recostada en mi habitación mirando algún programa de esos para matar el tiempo, no había pasado la medianoche aún, todos en casa estaban en silencio, algunos durmiendo, otros despiertos.

No paso mucho luego de que me levanté para ir al baño, cuando escuché un golpe en la puerta y al instante un grito: “¡Mary!¡levantate!, los del bajo vienen a saquear”; mi madre nos levantó a todos, salimos a la vereda y vimos que los vecinos estaban juntos en la esquina, solo mi mamá y mi papá se acercaron allí.

Volvieron con la noticia de que los del bajo (gente que vive de la calle principal del barrio hacía el río) estaban juntándose para saquear nuestras casas; no había mucho temor entre la gente, más bien algo de exaltación por ponerse a defender lo propio.

No era extraño que pudiera suceder, comenzaban a aparecer noticias en los medios sobre este tipo de actos y también podías verlo en tu propio barrio, así que no fue una sorpresa, pero a mi edad era un poco complejo comprender lo que pasaba.

En principio, los vecinos prendieron fuego unas gomas viejas y algunos cacharros que tenían guardados. La idea fue quedarnos todos alrededor del fuego esperando a ver si pasaba aquello que no queríamos que pase.

Yo, en mis 16 años, no podía negar que tenía miedo, que en realidad no quería estar ahí, no por no querer defenderme, sino porque creía en que no me correspondía a mí esa tarea, cuidar de mi casa, mi barrio y mi integridad física en una situación de esas.

Igualmente permanecí junto a mi familia hasta pasadas las 4 de la madrugada; entre la luz del fuego nada sucedió. Mientras nosotros, cansados y con olor a humo, esperábamos por “ellos”, ellos estaban durmiendo y ni siquiera pensando en hacernos nada.

En el medio del estallido

El impacto visual del estallido del 2001 fue más trascendente que la misma crisis económica.

Los medios audiovisuales fueron la representación del caos y el proceso social que se vivió en aquellos días y como actores sociales, tuvieron un papel casi protagónico en lo que significó este proceso social.

Lo Mass Media hicieron foco en la representación del caos, la fiebre, el hambre y la desesperación. Las imágenes de fuego y saqueos copaban las pantallas y las tapas de los diarios, el estado de sitio sumó la inestabilidad de las emociones entre los mismos vecinos del barrio.

A títulos tales como “Desborde Social”, Telenoche usó para hacer referencia a los saqueos a supermercados en gran parte del país donde quedarían expuestos nada más que la población más humilde, sobre todo el sector del Conurbano. El ejemplo mas redundado fue el caso en Ciudadela, en un mercado chino. Las imágenes del mismo se repitieron en la mayoría de los canales y la captación de su dueño llorando, las corridas detrás de el con un árbol de navidad, terminan por representar al pobre, a “el villero” una vez mas, como el principal enemigo social.

También, desde la prensa se intenta instalar el cacerolazo como símbolo de protesta del hambre a pesar de que comenzó con reclamos de la clase media, en contra de la medida política impuesta por el ministro de economía Domingo Cavallo, que limitaba las transacciones bancarias.

Otras consecuencias, en cuanto a la forma de valorización que hacen los grande medios, se ve en la aclaración constante de que se trataba de una movilización no organizada, subestimando las organizaciones políticas que también participaban .

Durante la marcha multitudinaria del 19 de diciembre el noticiero de cable de Grupo Clarín Todo Noticias (TN), llevó adelante una extensa cobertura donde unos de sus periodista describía el suceso como “emocionante realmente ver tanta gente que se ha movilizado por sí sola, por una necesidad, autoconvocados”.

Sin embargo, los resúmenes que más se repetían a través de estos medios era lo que generaba el estado de sitio. Esa sensibilidad, la vulnerabilidad de no sentir protección gubernamental, la inseguridad que se generaba a través de la misma televisión iba sumando a otras emociones de una inestabilidad permanente.

Si bien algunos medios alternativos planteaban como la oportunidad de la revolución de las clases más bajas, el poder de los grandes medios hizo que ese proceso sólo fuera una crisis que se debía solucionar con las mismas políticas. De modo que las personas tomando electrodomésticos, arbolitos de navidad, como los videos que frecuentaban las pantallas una y otra vez a través de los noticieros, hacía que se generara un temor por ese posible gran cambio.

De la misma manera del “que se vayan todos” y las renuncias políticas que le siguieron le dieron un roce de esperanza a la exigencia popular que empezaba movilizarse. Se generó una especie de triunfo del pueblo pero a la vez se incitó a la reposición como una urgencia para que un nuevo presidente responda frente a la crisis social, política y económica.

Sin embargo, con el tiempo las figuras políticas sólo se fueron transformando, y los medios acompañaron esa metamorfosis, continúan mercantilizando con los mismos de siempre y los demás, el resto que esta del otro lado del medio observa las ilusiones que se plasman a través de su aparato.

No esperes de mí

Mírame, ¿Acaso ves lo que quieres ver?, ¿Reflejo el valor de tu propiedad?, ¿Soy aquello que quieres creer? Tócame, ¿Encuentras en mí tu realidad? ¿Presientes mi modo de ser? ¿Me acerco a tu esencia material? Escúchame ¿Respondo lo que quieres saber? ¿Compraste lo que regalé?, ¿Te hallaste en mi voz otra vez? Descúbreme, Cuando huelas el olor a podrido y el sabor amargo en tu boca, tal vez tendrás mas claros lo sentidos.

El sensacionalismo logra lo que propone cada vez que lo dejamos irrumpir en nuestras emociones, cada vez que le damos pista libre al juego de la realidad que expone. Lo más peligroso es que fiemos de los que nos vende sin darle lugar a una mínima duda.

Será porque más de una vez esperamos que el tiempo nos traiga respuestas. Miramos el reloj y simplemente vemos como cada segundo puede ser una nueva razón. Nos hacemos de esas imágenes los recuerdos, nos fundamos de esas imágenes lo que queremos ser, y de repente nos llenamos de imágenes ajenas y terminamos sintiendo que somos esa representación.

¿Cuánto pudimos tardar en darnos cuenta que los reflejos son ilusiones de lo que creemos? ¿Cuánto tardaríamos en entender que para creer también se puede crear un nuevo paradigma de la misma fe? Si queremos nuevas respuestas es momento de reformular nuevas preguntas.

Cuando nos cansamos de no ser, cambiamos de canal y los nuevos colores intentan confundirnos, y los contrastes nos asustan, nos descolocan y es difícil pensar en contrastes, es difícil apagar con la forma de representación a lo cual nos acostumbraron.

Talvez no se trate de tomar el control o tal vez si, o simplemente se trate de hacerse cargo de lo que queremos ver. No esperes de mí, yo no soy tu realidad, porque aunque parezca irreal, existir solo es cuestión de tu propia imaginación.

Una manera peculiar de hacer política

La crisis del 2001, que se llevó la dignidad de la sociedad, la vida de las personas, encerró el dinero de muchos ciudadanos, pero no logró ocultar la escena interior de la política.

Una década atrás, luego de los períodos funestos ocasionados durante 1976 y 1982 y de las políticas neoliberales de los ´90, Argentina volvía a sumirse bajo una atmósfera turbulenta. Pero el fracaso económico, político y social que estalló en diciembre de 2001, y que originó efectos devastadores, principalmente en los sectores marginados y la clase media, no fueron suficientes para conmover a los dirigentes políticos.

El vergonzoso accionar de estos individuos es denominado, por el periodista y escritor argentino, Damián Nabot con el término gen político, que lo ve como una suerte de capacidad para sortear obstáculos dentro del contexto más crítico y “les permite pensar qué pasos les conviene dar para su propio interés”. Es debajo de esa mención que se oculta esa faceta oscura, que se silencia y resguarda desde los medios de comunicación.

De aquí se desprende el escenario sombrío que caracterizó aquella época, donde desde el interior de la política, las acciones eran ejecutadas como en un juego de ajedrez, donde cada pieza es utilizada o sacrificada a conveniencia del competidor.


Pero cómo iba a pensar la sociedad, que el grupo de “señores” que eligió para ser representada, faltaría a ese honor. Y que el presidente De La Rúa, mientras afirmaba por TV que la unidad nacional podía salvar al país, mandaba a las fuerzas policiales a reprimir, a la vez que declaró el estado de sitio, acción que propició varios casos de gatillo fácil y demostró su oposición al pueblo. Por ello el cuerpo de Granaderos vigilaba a punta de rifle la ola de manifestantes desde la azotea de la Casa Rosada.

Demostrando su verdadero rostro: “un grupo de militares con la orden de defender a sangre y fuego a los ocupantes de la sede del gobierno nacional” (extraído del libro de Damián Nabot "Dos semanas, cinco presidentes").

¿Y quién habló del negociado entre Adolfo Rodríguez Saá y Ricardo Bussi?, del partido Fuerza Republicana, que aseguró al ex presidente los votos para garantizar su triunfo en la Asamblea Legislativa y respaldó su ascenso. A cambio de un cargo en el Consejo de la Magistratura, que le otorgaría influencia sobre el poder judicial para liberar al represor Antonio Bussi.

Además, mientras enviaban a reprimir a los más vulnerables, encomendaban a la policía bonaerense la protección de hipermercados como Coto y Carrefour. Según Nabot, esto se debió a que “los grandes supermercados dependen de potencias internacionales que tienen mas influencia en un gobierno que un almacén de barrio”.

Entre las viles estrategias, el Ministro de Interior Miguel Ángel Tomé, indicó a Julio Grondona (titular de AFA) que se jueguen los partidos suspendidos: “alimentos y fútbol. Pan y circo. Prioridades” (Dos semanas, cinco presidentes, página 175). Sin embargo, el periodista hace una salvedad y asegura que la política como acción pura, es la más elevada porque permite transformar, “más allá de que muchas veces los actores de la política desvirtúan esa acción”.

Pero por sobre estas aclaraciones, es preciso mencionar que por más que los dirigentes políticos sean humanos e imperfectos, una cosa es segura, que como responsables y representantes de cada miembro de la sociedad, deben ante todo, velar por el bienestar de los mismos en su totalidad y sin distinción alguna, sin interponer sus intereses particulares ante la prosperidad de la nación.