La orquesta de músicos improvisados no logró cumplir con la obra,
una incompetencia que con astucia intentaba vestir
lo que el alma miraba con zozobra.
Quisieron amparar en un lecho de rosas
la falaz mentira que sonaba como bombas en la noche.
Las cortinas desgarradas por sus espinas permitían que el humo pasara
sin poder desempatar una injusta partida.
Sabor a bronca, espasmos y ansias de cambios,
también zorros enmascarados y cómplices,
tierra y asfalto para un malambo zodiacal,
ambición terrenal del espíritu que reencarna.
Bombos de lata, aluminio y acero,
y una luna testigo de la brutalidad pensante.
Una maníaca carcajada que nunca agonizó,
que con la cresta encendida se disfrazaba de fiera.
Después el tiempo, después los recuerdos, las palpitaciones
la efervescencia tardía de un viejo remedio bien guardado.
Las calles desbordadas en estaciones inventadas,
un desembarco audaz y estrepitoso pero esperado.
Se infiltran razones a veces inconclusas que hacen pensar,
¿qué nos queda del tiempo que no fue,
del impulso convertido en resistencia que agitó las gargantas,
de las broncas compartidas en miradas encontradas?