domingo, 1 de noviembre de 2009

Ernesto Guevara de la Serna estuvo en el Cenum

El pasado viernes 23 de octubre Actitud Estudiantil organizó una charla en el Cenum, que tuvo como protagonista a Carlos “Calica” Ferrer, amigo y compañero de viaje de Ernesto Guevara de la Serna.

Presentando su libro “De Ernesto al Che”, Carlos “Calica” Ferrer dedicó casi dos horas de su exposición a compartir las vivencias que compartió con quién fue, es y será su amigo Ernesto.

Ferrer hizo un recorrido cronológico, descriptivo. De esta manera logró que los concurrentes se trasladasen a aquellos tiempos, en donde el Che todavía era Ernestito.

Calica y Ernestito se conocieron cuando tenían apenas 4 y 5 años cuando la familia Guevara de la Serna se instaló en Alta Gracia, localidad de Córdoba. Por recomendación del médico de Ernesto buscaron un lugar en las sierras cordobesas para que pueda tratarse su problema de asma, grave dolencia que lo acompañaría hasta el último día de su vida.

Cuenta Calica en su afán por humanizar a su amigo, que Ernesto era un chico muy inteligente, y muy inquieto.

“Ernesto era de un gran amor propio. Una vez jugó un partido de ping pong con un jugador mucho más grande que él y perdió. A lo que le dijo: ‘me ganaste, pero dentro de diez días voy a volver y te voy a ganar’. Y así fue. Se empezó a entrenar todos los días hasta el día del partido. Jugó y le ganó. Ernesto era un tipo así, con una garra fantástica”.

La descripción del amigo de Ernesto reconstruyó aquellos años del niño que venía alimentando al revolucionario Che.

“La casa de los Guevara no era de tener lujos. Así que Ernesto se la rebuscó con una bicicletita con motor y se recorrió el norte argentino, durmiendo con los linyeras, en la comisaría, en los hospitales, donde encontrara techo para dormir. Yo creo que él ahí empieza a tomar noción y conciencia del drama que nosotros no veíamos tanto en Alta Gracia, pero que sí existía en el norte argentino”, concluye Calica como buscando las respuestas al cómo, cuándo, por qué, Ernestito se transforma en el Che.

Calica transitó toda la charla con un tono intimista, casi como un cuenta cuentos. “Recuerdo que cuando estábamos despidiéndonos en Buenos Aires, para irnos de viaje, Celia la madre, me llamó y me dijo: ‘Calica, cuidámelo mucho a Ernestito’. Imagínense a quien me habían encargado que cuidara durante el viaje. Lo mismo le había pedido a Granados cuando comenzaron aquel viaje en motocicleta”.

Carlos Calica Ferrer con aspecto de abuelo bueno lleva consigo algo que se esmera en transmitir un profundo optimismo: el Che no es un héroe, el Che es Ernesto, Ernestito.

Termina la charla reafirmando esto: “Cuando estuve en Cuba Granados me dijo: ‘Qué despelote hizo este pelado’. El pelado era Ernesto, amigo de él y mío”.

Calica en la charla del CenUM

Un compromiso asumido

Escucharlo a Calica hablar del Che es trasladarse a lo profundamente humano que tiene lo cotidiano. Ni bien terminada la charla en el Cenum quedó en el aula una sensación de haber estado con el Che. Calica lo libera del bronce, seguramente para poder abrazarlo, para volver a abrazarlo. Como aquel último abrazo que se dieron, momento en que, sin saberlo, estaba despidiendo a Ernesto que se iba en busca del Che.

Calica comparte anécdotas y nos lo acerca al Che al punto de sentirlo verdaderamente cerca. Claro que en el desarrollo de la charla por momentos el Che se nos presento con una inmensidad inalcanzable. Como cuando Ernesto le dice a Calica que para poder viajar tiene que aprobar doce materias de medicina. Ante la burla de su amigo, el Che se lo asegura. Y así fue, en un año aprobó las doce materias.

¿Cómo se llega a ser el Che? Calica nos lo contó, año a año. Momento a momento. Ahí es cuando el espacio se tiñó de una esperanza inconmensurable, con una loca idea que sobrevoló el espacio: la utópica idea de volver a verlo nacer. Pero no esperándolo, como un designio, sino preparándonos para protagonizar aquella historia, que de retomarla sería la nuestra.

Es posible. El Che no fue un extraterrestre. La revolución no es una fantasía de otro mundo.

Calica liberó al Che de su gesto inmóvil y dócil que se deja ver en las remeras. Le devolvió su fusil y nos lo mostró tan humano…

El Che estuvo en el Cenum, su sentido profundo de justicia quedó impregnado en las paredes y los corazones de quienes estuvimos ahí.

Ese brillo tan humano que desde chico Ernesto cuidó, de que no se apagara, no era más que la luz de un verdadero revolucionario.

El Che estuvo con nosotros, en ese encuentro quedó un compromiso.

Ernesto ya no está, pero nos queda el Che. Calica nos convenció que fue extraordinario, pero humano, extremadamente humano.

Humano como cualquiera de nosotros. Un ser humano al que le saltaban las lágrimas cuando el asma le cerraba el pecho hasta la desesperación, cuando sus mandíbulas comenzaron a triturar sus dientes, después a cerrar su puño, y más tarde cargar su arma de futuro, ante tanta humillación, ante tanta injusticia y explotación.

Ernesto ya no está. Quedamos nosotros. Casi huérfanos.

Pero al Che podemos encontrarlo, podemos encontrarnos con él.

Tan sólo apretando los dientes ante cada injusticia. Buscando y buscando la forma de encontrarlo y encontrarnos. Allí debe estar el Che, en la Latinoamérica unida.