Desde que nacemos nos encontramos sujetos, enlazados biológicamente a aquel ser que nos regaló la vida y protegió en su vientre. Desde aquel entonces formamos parte de un grupo de individuos, que a su vez convive en sociedad.
Ese lazo nos determina, desde el más mínimo detalle hasta la creencia mas profunda. Nos insertamos en la vida social, interiorizados en ciertos saberes y valores que no son innatos, propios de nuestra persona. Porque en realidad nos los han inculcado “inconcientemente”, como si fuera parte de nuestro legado, aunque ciertamente nada de ello es natural en tanto no sigue un curso espontáneo.
Por lo que todas aquellas normas, aun las que parecen simples e inocentes costumbres, son parte de un conjunto de reglas que rigen nuestras vidas, nuestro accionar, como una manera sutil e invisible de manejarnos.
Es ese detalle el que nos convierte en “sujetos” (de allí proviene la palabra), que se hayan amarrados a las normas de un sistema hegemónico, que nos dice que esta bien hacer, pensar y cuales otras no lo están. De lo contrario somos excluidos y así nos volvemos marginados, meros estorbos que fueron descartados. O sino nos corren con absurdas omisiones, al punto de volver tabú temas tan corrientes como nuestra sexualidad.
Ahora bien, si las cosas están más controladas de lo normal, si este sistema excede los límites lógicos de organización. Al punto de no permitirnos ser a nuestra medida, pretendiendo privarnos de sentimientos, creencias y pensamientos. Sólo para mantenernos como ovejas en su rebaño, vedando ante nuestros ojos y oídos infinitos sucesos que ocurren en el mundo que nos rodea.
Pero mas allá de ellos, de sus viles e ingeniosas jugarretas, nosotros somos seres capaces de razonar y con la voluntad necesaria para cambiar el “orden de las cosas”.
Espacios construidos por nosotros, como Activa! Comunicación, son los que nos permiten romper con lo establecido y ser realmente auténticos, fieles a nuestra esencia. Desde allí concretamos nuestras metas, tan propias como innovadoras, que logran superar lo ordinario para situarnos en donde surge lo inesperado. Y así correr riesgos, que hagan que el esfuerzo valga la pena.
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