domingo, 29 de mayo de 2011

El costo de no pertenecer

Si bien el trabajo callejero es una salida laboral que permite autoabastecerse económicamente, afrontar las restricciones que éste conlleva se convierte diariamente en una ardua tarea.

Como respuesta a la ineficiencia gubernamental en varias ocasiones la sociedad ha tenido que buscar formas alternativas de subsistencia, gracias a las cuales ha salido a flote en circunstancias críticas.

En su momento uno de los recursos fue el sistema de trueque, que se convirtió en soporte de la economía de los sectores más carenciados, que se hallaban en la miseria debido a diversos factores, tales como el déficit fiscal y el repudiado “corralito”, que desataron la crisis del 2001 en Argentina.

Así como la feria del trueque fue en ese entonces un método paralelo al mercado formal, hoy en día ese lugar, por fuera de la estructura, lo ocupan los puestos callejeros. Que se asemeja al mismo en el hecho de que es una alternativa laboral que permite sustentarse, aunque no sea un empleo formal. Aspecto que recae sobre los vendedores a la hora de salir a la calle y desempeñarse en su labor, ya que esta condición los sitúa en una posición desfavorable con la cual tienen que lidiar cotidianamente.

La subsistencia tiene su costo. La vendedora Ana Gutiérrez, en una entrevista con La Chispa, contó que debió avocarse completamente a este trabajo para pagar la hipoteca de su casa. Y habiendo comenzado la carrera de turismo, tuvo que renunciar a su vocación para hacerse cargo de la familia.

Si bien esta salida resulta provechosa, debido a que las ganancias que aporta alcanzan para solventar los gastos de un grupo familiar, lo cierto es que quienes realizan esta actividad padecen complicaciones, ya que son víctimas de la inseguridad, pero sobretodo se encuentran asediados por los organismos de seguridad y control. Por lo que son desalojados y su mercancía decomisada. En los mejores casos, quienes poseen más antigüedad pueden llegar a hacer “ciertos acuerdos” con la ley, aseguró una de las vendedoras de la Plaza Mariano Moreno. Aunque obviamente el costo de esos “favores” condiciona financieramente al comerciante.

En consecuencia, la realidad de quienes se ganan la vida en la calle es algo controversial, porque deben rebuscárselas para sobrevivir ante la falta de oportunidades laborales, pero aun así no sólo basta con tener un empleo, también tiene que estar abalado por la ley.

Los orígenes del trueque

Esta metodología de trabajo, basada en el intercambio de productos, objetos y servicios, sin la mediación del dinero, tuvo lugar el 1º de mayo de 1995. Fue la iniciativa de un grupo de ecologistas de clase media basada en el “Programa de autosuficiencia regional”, que consistía en aplicar las ideas ecologistas en la economía, con el objetivo de promover el desarrollo local sustentable a través de la producción de alimentos en huertas tecnológicas, el ahorro energético, entre otros.

Pero lo que impulsó a estas personas a elaborar aquel sistema, que derivó en el primer Club del Trueque, fue la crisis económica de la década del 90 que afectó gravemente a la clase media, tras el aumento de la tasa de desempleo y la disminución de dinero en circulación.

Luego en octubre de 2001, un número importante de usuarios se adhirió al mismo, debido a la grave situación económica que estaba padeciendo la Argentina en aquel momento. Gracias a este sistema 7 millones de personas del sector más carenciado lograron subsistir. Aunque esta inserción provocó el abandono de la clase media, debido a que los principios de solidaridad, transparencia y equidad dejaron de existir en el trueque, a causa de la gran cantidad de personas, que sin poder producir, entraron al sistema para consumir lo que podían.

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