domingo, 18 de diciembre de 2011

19-12-2001. Dos relatos de la misma crisis

El presidente De la Rúa decreta el estado de sitio, las fuerzas del orden tienen el poder, ahora explícito, para reprimir a aquellas personas que se congreguen en espacios públicos.

Es el 19 de diciembre en la ciudad de Buenos Aires. Varios factores hacen que esos hilos que nos sostienen como sociedad se fortalezcan y se visibilicen. Es verano y las ventanas abiertas generan una comunicación visual al instante con varios vecinos, como si fuera el 31 a la 12 cuando muchos se asoman después del brindis para ver los fuegos artificiales.

Las palabras de De La Rúa dejan un gusto más que amargo, es bronca, indignación. Los meses previos los porteños habían ensayado una nueva forma de manifestarse: los cacerolazos. Comenzaron entonces, en esa noche del 19 a escucharse los primeros.
Diciembre en el Conurbano siempre es un momento tenso, donde la proximidad de las fiestas y los balances hace brotar emociones y sentimientos, sentires y sensibilidades. En ese final de 2001 el balance iba a demoler cualquier atisbo de optimismo. No se veía una luz al final de ese tobogán.

Las palabras de De La Rúa generaron miedo y mucha incertidumbre en el Conurbano, allí por donde pasa lo más delgado del hilo nacional. La verdadera inseguridad que pone en duda la continuidad de las cosas era el manto que lo cubría todo. Las puertas comenzaron a cerrarse.

Los cacerolazos porteños se escuchan cada vez más fuertes y cercanos. Comienzan a sentirse en las esquinas, tal vez el primer espacio público de las urbes. Allí comienzan a reunirse algunos vecinos, gente que todavía no es pueblo, que como un acto de rebeldía manifiestan su repudio al estado de sitio. Las intersecciones de las calles quedan chicas, generan claustrofobia, por eso se va en busca de las avenidas, donde hay más espacio y corre más aire.


Lo espontáneo colectivo no es casual, es la manifestación de la sociabilidad que perdura aún cuando fue amenazada de muerte por las políticas neoliberales, individualistas: antisociales. Así es como en simultáneo las grandes arterias de la ciudad se van alimentando de cientos, miles de personas que necesitan manifestarse, pero sobre todo encontrarse. El flujo de ese río revoltoso, de agua dulce y también salada tiene su cauce bien marcado y una clara desembocadura: el Congreso de la Nación y la Casa Rosada.

Los años 90 habían generado la desintegración de lo político, la crisis de representatividad y con ese discurso menemista del fin de la historia, pretendía poner fin a los grandes relatos que proponían cambiar el mundo, soñar con utopías. En el Conurbano, con la retirada del Estado, se vivía a merced de las leyes de mercado y las normas de la individualidad exacerbada. Esto dio lugar a la otredad como amenaza: el otro como posible enemigo o como el mercado lo impone, el otro como competencia. En ese estado de las cosas en donde siempre pareciera ser “todo o nada”, siempre se vivía en estado de excepción, como el estadio de sitio.

Un fantasma comenzó a recorrer los barrios del Conurbano desplegando el miedo como dispositivo de salvaguarda del sistema. Ya no había indiferencia para con el que menos tiene, había desconfianza: el que está abajo va por el próximo de más arriba. El sistema entonces puso piloto automático, eran sus víctimas la salvaguarda del statu quo. La clase media-baja ya había cerrado sus puertas, para después armarse y esperar agazapada. Las ordas de hambrientos estaban pronto a llegar. Cual francotiradores se apostaron en las terrazas. En definitiva, todos quedaron encerrados.

Que se vayan todos, que no quede, ni uno solo retumba en las gargantas de jóvenes, viejos, familias y ex solitarios. Los planos detalles alcanzan a registrar las pieles erizadas y lágrimas de euforia. No hay miedo, se avanza con la seguridad del justo. El Congreso, desguarecido de las rejas impenetrables que lo esconde hoy 2011, comienza a ser tomado por la gente. Pero vacío es solo un edificio. La impotencia hace que los cantos y los gritos sean más fuertes. Se decide ir entonces a la Casa de Gobierno. Alguien tiene que atender. Alguien tiene que hacerse cargo y escuchar. Y obedecer al soberano: el pueblo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

La gente se hizo pueblo.... las calles se llenaron de bronca! Y el "que se vayan todos" se escucho tan alto que aún retumba en los oidos...
pero no comprendo,... o no comprendieron mejor dicho, y parece que el "todos" era mucho más de lo que fue.
Todavia esperamos.... la justicia social tiene que llegar, por todos los que esos días sufrieron las consecuencias de una historia mal resuelta

Anónimo dijo...

El "que se vayan todos" fue una consigna que nació de la bronca, de la indiferencia de los políticos. Pero la bronca puede dar paso a algo más, si es que realmente nos queremos hacer cargo de los sentimientos que nos surgen. Evidentemente no fue así, porque la siguiente consigna que surgió fue "piquete cacerola la lucha es una sola". Hipócrita frase que cantó la clase media, que cuando volvió a acomodarse dejó de cantarla.

Anónimo dijo...

Muy buena nota! realmente fue así. la lógica del miedo siempre da resultado, por eso ahora se ha extendido a todo el país, incluso capital. todo encerrados. La maldita inseguridad

Fernando dijo...

Qué huevos que tuvo mucha gente, de ponerle el pecho a la situación, de bancarse los palos de tantos hdp que lejos estuvieron y están de ponerse del lado del pueblo. Pero también hubo de los otros, los cobardes que no se animaron a asomar la nariz cuando sabían que todo se caía, pero que ahora ponen caras de prócer.

Ernesto dijo...

Cómo las realidades son tan distintas de un lado y del otro de la gral Paz. igual me quedo pensando, en capital lo tienen a macri, yo lo tengo a Otacehe